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Sinopsis
Sol de Otoño (1996) sigue a Clara, una judía soltera de mediana edad que vive en Buenos Aires. Lleva años mintiéndole a su hermano, que vive en el extranjero, sobre su vida personal, en particular sobre el hecho de que tiene novio. Ante su inminente visita, decide publicar un anuncio en el periódico en busca de un hombre judío simpático. Lo que consigue en su lugar es un gentil uruguayo que tendrá mucho que aprender para llevar a cabo esta farsa.
Una de las tragedias más grandes que se derivan de estereotipar a todo un continente como América Latina, es la forma en que las numerosas y diversas comunidades de la región quedan borradas u olvidadas. Durante siglos, América Latina ha sido el hogar de innumerables diásporas y grupos de inmigrantes de todo el mundo. Uno de los numerosos inmigrantes que han establecido su hogar en América Latina son los judíos asquenazíes y sefardíes. Siempre ha habido una larga historia de inmigración judía en Latinoamérica, y Argentina no es una excepción. El país tiene la mayor población judía de todo el continente y Buenos Aires cuenta con la séptima comunidad más grande del mundo. Muchos cineastas y músicos famosos, como Lalo Schiffrin y Damián Szifrón, forman parte de esta inmensa diáspora.

Aun así, esta población es minoritaria dentro del país y no siempre ha sido integrada con brazos abiertos. En julio de 1994, un centro comunitario judío de Buenos Aires sufrió un atentado en el que murieron 85 personas y al menos 200 resultaron heridas. Aunque las autoridades argentinas han llegado a la conclusión de que Hezbolá e Irán organizaron el atentado, no se ha producido ninguna detención. A lo largo de casi todas las administraciones desde aquel entonces, los presidentes han prometido buscar justicia, pero las complicaciones de los tribunales extranjeros lo han hecho cada vez más difícil. Esto, unido a los prejuicios de políticos como el senador Miguel Ángel Pichetto, que afirmó que en el atentado murieron «argentinos argentinos y argentinos judíos» por igual, hace que la justicia para las víctimas parezca imposible.
En Sol de Otoño, es natural que esta judía solitaria se enamore de otro tipo de forastero, un inmigrante uruguayo, y es aún más apropiado que estos dos papeles estén interpretados por dos leyendas del cine argentino, Norma Aleandro y Federico Luppi. Aunque ahora ambos son muy respetados, los dos sufrieron discriminación y penurias durante la junta militar argentina y Aleandro incluso huyó a España. El final de la dictadura, sin embargo, supuso un nuevo interés en las carreras de ambos: Aleandro protagonizó su película más reconocible hasta la fecha, La Historia Oficial, y Luppi pasó a trabajar con grandes directores como Guillermo del Toro y Adolfo Aristarain. En el punto más alto de su renacimiento conjunto, realizaron este retrato íntimo y personal de dos personas que intentan abrirse al amor a pesar de sus circunstancias.
El director Eduardo Mignona abre esta historia íntima con un montaje de todos los lugares y rostros de la ciudad de Buenos Aires y una narración que dice: «la gente no se divide entre ganadores y perdedores, sino entre supervivientes». Es una afirmación contundente que adquiere mayor relevancia cuando el montaje de la vida cotidiana de los habitantes de Buenos Aires se centra de repente en un joven delincuente que roba el bolso a una mujer mayor. Esa mujer es nuestra protagonista, Clara. Ya sea por sus propias inseguridades o por los peligros de la vida real en la calle, seguirá alejándose en su mundo seguro, asustada de dejar entrar a nadie.

Es difícil que alguien derribe sus numerosos muros, pero su encuentro con Raúl, un hombre irónicamente tan cerrado emocionalmente que miente sobre su propio nombre para que ella piense que es judío, consigue que ella se abra. Los dos prefieren vivir en sus barrios seguros y familiares, y aunque la política de la época se mantiene en un segundo plano, es un factor de peso en su soledad. Como exiliado, Raúl sigue siendo un extraño en su país adoptivo, y los temores de Clara sobre la delincuencia y la inseguridad en el país se avivan constantemente. Incluso los trabajos de Raúl y Clara parecen reflejar sus actitudes: ella es contadora y él enmarcador de cuadros. Ella sólo quiere centrarse en los números y no forjar relaciones personales, mientras que él no quiere mirar fuera de las líneas de su mundo.
Esto cambia cuando Raúl conoce a Clara y decide decir que se llama Saúl Levin y ella le atrapa en una mentira evidente. Aunque al principio se siente decepcionada, se reconoce a sí misma en ese hombre que llega a mentir para estar con ella. La siguiente vez que se encuentran, ella le cuenta la verdad sobre sí misma. Lleva años mintiéndole a su hermano sobre una relación estable con un buen judío y necesita a alguien que le haga el papel. A partir de ese momento, Clara empieza a enseñar a Raúl su propia cultura judía y le pone a prueba, como invitarle a una cena tradicional del Sabbat. Sorprendentemente, estas pruebas y momentos de confusión cultural no se hacen para reír como en la mayoría de las películas sobre identidades equivocadas. Estos momentos de conexión tentativa son de una ternura y una incomodidad insospechadas.
Sus esfuerzos por conectar suelen ser frenados por las expectativas imaginarias de Clara. Ella necesita que Raúl sea exactamente lo que le había dicho a su hermano que era. Cualquier desviación de eso tiene el poder de ser extremadamente decepcionante. Sólo cuando se alejan del ruido y las expectativas de Buenos Aires y se encuentran en una finca, conectan de verdad. Antes de eso, su relación consistía principalmente en que ella le cuestionaba y le obligaba a actuar, pero allí, los papeles cambian y ella revela su propio pasado, en particular el hecho de que su única relación real fue con un hombre casado. Al darse cuenta de ello, los dos por fin hacen realidad lo que sienten el uno por el otro.

Pero cuando Raúl se cansa de esta lenta evolución y pone fin a las cosas, Clara no tiene la fuerza suficiente para declarar sus sentimientos alto y claro. Dice que le ama en voz tan baja que él no puede oírla. En una película en la que todo gira en torno a las pequeñas victorias y los actos de valentía, Raúl se arriesga y publica su propio anuncio personal, destinado exclusivamente a ella. Cuando por fin lo lee, ella se imagina los peores escenarios, como siempre. ¿Y si este amor resulta fatal? ¿A quién le importa? Mignona termina su película como la empezó, con un montaje de Buenos Aires. Esta vez, en cambio, termina con un plano de Raúl y Clara caminando juntos, cogidos del brazo. Estos dos forasteros no han cambiado el mundo, pero han cambiado sus vidas.



2 responses to “En Busca del Amor en Sol de Otoño”
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[…] última película de Mignogna, Sol de Otoño, fue una película pequeña e íntima, con pocas localizaciones y personajes, que se convirtió en […]
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