Combatiendo la Globalización en El Último Tren

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Sinopsis

El Último Tren (2002) comienza cuando tres viejos amigos acompañados por un joven deciden robar un viejo tren locomotor que ha sido recientemente vendido a Hollywood para que pueda ser empleado en una película. En su viaje, transmiten su mensaje y exploran los pueblos olvidados del interior uruguayo.

A partir de la segunda mitad de los años ochenta y noventa, el cine uruguayo vivió una época de barbecho. De hecho, entre 1983 y 1993 no se produjo ninguna película uruguaya. Esto puede atribuirse a la adopción del capitalismo de libre mercado en todo el continente durante la última década. Tras años de gobierno militar, la década de los 90 estuvo marcada por políticas de centro-derecha que hicieron poco por cambiar los problemas económicos de la década anterior, y el ya escaso sector cinematográfico necesitaba una revitalización seria. Así, en 1994, el decreto 270/994 creó el Instituto Nacional del Audiovisual (INA) y, en 1995, se creó el Fondo del Fomento y Desarrollo de la Producción Nacional Audiovisual (FONA) con el fin de aportar el 10% del presupuesto a los largometrajes uruguayos. 

El Último Tren

Sin embargo, el vacío anterior en los cines uruguayos tuvo que ser llenado por producciones estadounidenses en lugar de las propias. Como en esta época se hacían menos películas argentinas, las historias americanas dominaban las salas y, por tanto, los arquetipos de historias americanas eran a los que la mayoría de los cineastas uruguayos estaban expuestos, como la típica road movie americana que el director Diego Arsuaga interpreta como propia en El Último Tren. La road movie estadounidense, que generalmente se ha usado para compartir historias de individualidad y libertad, renace en un momento precario para el cine y la cultura uruguayos. En 2002, año del estreno de la película de Arsuaga, Uruguay se enfrentaba a su peor crisis económica en años, así que la pregunta que quedaba en el aire era: ¿merece la pena luchar contra la dependencia económica en la sociedad y en el cine o queda mucho camino por avanzar? Para los ancianos que protagonizan El Último Tren, sólo hay una respuesta clara.

Cada pequeño acto contra las influencias exteriores que pretenden subyugar al país merece una celebración. Arsuaga numeró adecuadamente la locomotora con el «33», un número extremadamente patriótico, ya que hace referencia a los 33 orientales que lucharon contra la invasión brasileña. Incluso la elección de un tren para robar en lugar de un coche tiene mucho peso, ya que remite a una época tanto de prosperidad económica como de subordinación. El ferrocarril era un producto de los británicos y representaba la europeización de Uruguay. También es un recordatorio de la economía exportadora industrializada que creció a principios del siglo XX. La mayoría de los trenes antiguos de Uruguay no son, de hecho, trenes de pasajeros, sino trenes de mercancías, concebidos para productos que los británicos consideraban más importantes. Con los años, se convirtieron en símbolos obsoletos de una época pasada. Por eso, estos miembros de los Amigos del Riel deciden designar a la Locomotora nº 33 símbolo nacional que no puede venderse, colgándole incluso un cartel que dice: «El Patrimonio No Se Vende».

Esta lucha por el patrimonio es mucho más romántica que realista. A menudo comparan esta misión con la de un relato de Bradbury en el que un valiente caballero penetra un portal temporal y carga contra un tren creyendo que es un dragón. Por supuesto, están condenados, pero eso no disminuye su valentía. Tanto Pepe (Federico Luppi) como el Profesor (Héctor Alterio) se refieren a sí mismos como caballeros y a la Locomotora nº 33 como su belleza negra, como si esto fuera una romántica historia de aventuras y no la vida real. No se trata de una huida en coche y no hay carreteras secundarias por las que puedan escapar. Lo único que pueden hacer es seguir la pista y esperar que los empresarios se vean obligados a incumplir el trato antes de que se agoten las vías.

El Último Tren

Como diría El Profesor, su viaje fue «irresponsable pero poético». ¿Qué se puede esperar de un par de hombres que pasaron su juventud luchando en la Guerra Civil española, la definitiva lucha idealista condenada al desastre? Pepe incluso aprendió a conducir trenes mientras luchaba en esta guerra, por lo que esta locomotora está inextricablemente ligada a la fútil pero vital lucha por la libertad contra el fascismo. El romanticismo de su viaje se acentúa aún más por los vastos espacios abiertos que exploran en el interior de su país. Las laderas y la vegetación, abandonadas desde los tiempos del ferrocarril, son testimonio de la belleza natural de la nación. Uno de los primeros personajes con los que entran en contacto en su viaje son los gauchos, símbolo máximo de la indómita e inigualable atracción del Río de la Plata.

Esta vibrante cinematografía contrasta fuertemente cuando el público conoce a Jaime Ferreira, a quien acertadamente se le da el apodo en inglés de «Jimmy». Mientras los verdes y azules de la naturaleza rodean a nuestros protagonistas, Jimmy vive en una casa acomodada y totalmente blanca, opulenta pero extremadamente aburrida. Esto le convierte no sólo en un mero hombre de negocios, sino en un traidor a la patria. Su única lealtad es el dinero. Ni siquiera respeta a la policía y se convierte en el jefe de la investigación, interrogando a los sospechosos y persiguiendo el tren, aunque su única cualificación sea su cuenta bancaria.

Jimmy es una figura solitaria que lucha por dinero, pero nuestros ladrones de tren son solidarios entre sí por mucho que se opongan en cosas insignificantes. No se traicionarán entre ellos ni a su causa. Incluso cuando Jimmy se ofrece a pagar el tratamiento de una condición cardiaca de El Profesor en la Clínica Mayo, él se niega rotundamente, diciendo que necesita ser atendido por un médico que hable su idioma. Aunque Pepe aplaude esta negación, también deja claro que tiene que operarse inmediatamente. No dejará morir ni a su amigo ni a sus ideas. Aunque no consiguen llevar su tren al otro lado de la frontera, sí logran influir en los corazones y las mentes de su país, que muestran su solidaridad con la causa a su manera, ya sea acogiendo al tercer miembro del grupo, Dante, cuya demencia le impide continuar el viaje, o formando una cadena de baldes para alimentar el tren con agua.

El Último Tren

Éstas son las acciones que hacen posible la esperanza en el futuro. Guito, sobrino nieto de Pepe, es una prueba más de que el futuro es brillante pase lo que pase. Cuando los medios de comunicación le preguntan si fue secuestrado y obligado a subir al tren, él les desafía con orgullo y dice que decidió estar allí y hacer lo que cualquier uruguayo patriota habría hecho. Muchos más uruguayos acuden a su llamada y, cuando Pepe y el Profesor se ven obligados a interrumpir su viaje, están rodeados por una multitud de personas dispuestas a animarles y a sentarse en las vías, lo que dificulta aún más la vuelta de Jimmy. En tiempos difíciles, Diego Arsuaga recuerda a su público que la batalla puede parecer imposible de ganar, pero no hay nada malo en intentarlo.

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