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Sinopsis
El Hijo de la Novia (2001) sigue a Rafael, un bonaerense de 42 años que se ha desilusionado con su vida. Aunque al principio se opone cuando su padre le dice que por fin va a dar a su madre, que ahora sufre de Alzheimer, la boda clásica que siempre quiso, un ataque de corazón inesperado lo hace cambiar de opinión. Este evento en su vida lo hace reevaluar sus compromisos con sus padres, su novia, su hija y su trabajo.
En 2001 se produjo la peor crisis de la historia de Argentina desde el inicio de la dictadura en los años setenta. La economía se encontraba en un grave declive desde finales de los 90 gracias a las políticas neoliberales de Carlos Menem y a la crisis brasileña de 1999. Tras años de endeudamiento, inflación y devaluación, la situación se volvió desesperada en diciembre de 2001. Ese año, el gobierno congeló todas las cuentas bancarias de USD y restringió la retirada de dinero en los cajeros automáticos a sólo 250 pesos semanales debido a la falta de liquidez monetaria. El 19 de diciembre, el Presidente Fernando de la Rúa declaró el estado de emergencia y, veinticuatro horas más tarde, abandonó la Casa Rosada y dimitió. A finales de 2001, la tasa de desempleo rondaba el 23% y 40.000 empresas cerraron sus puertas. Al mismo tiempo que el pueblo y el gobierno argentino estaban viviendo su peor pesadilla, la industria cinematográfica tenía uno de sus mejores años. La Ciénaga, de Lucrecia Martel, pronto sería considerada como una de las grandes películas latinoamericanas del siglo, y El Hijo de la Novia logró un éxito inmediato de crítica y taquilla. Como dijo Horacio González, “Hay un ‘cine nacional’ que se está viendo y que, en toda la extensión de sus términos, está tratando la crónica de la disolución nacional.”

Estrenado sólo unos meses antes de que la nación se sumiera en el caos, El Hijo de la Novia encontró la forma de mirar de frente a los terribles problemas del presente sin fingir que no estaban ahí, pero reconociendo con los ojos bien abiertos que la esperanza no era un recurso agotado. Como muchos argentinos, Rafael es un hombre quebrado por sueños incumplidos y que idealiza su pasado. La película comienza con una escena de Rafael de niño viendo a un grupo de jóvenes hinchas de River Plate jugar. Enmascarado como el Zorro y con una camiseta de Boca Juniors, los ataca heroicamente desde lo alto de una colina y luego regresa a su casa, donde su madre amorosa le da dulces. Es un recuerdo que parece tan distante de su realidad sombría como adulto relativamente sin alegría. ¿Cómo es posible que él y su propio país se hayan alejado tanto de esas raíces idílicas en las que los buenos vencían a los malos y las únicas batallas se libraban en la cancha?
Para Rafael, es un problema del olvido. Rafael olvida quién era y de lo que es capaz. Cuando su amigo del liceo, Juan Carlos, va a su restaurante y le gasta una broma haciéndose pasar por miembro de la brigada antivicio, Rafael ni siquiera le reconoce. Ha olvidado a una figura importante de su juventud y se olvida constantemente de las personas que forman parte de su vida. Rara vez se acuerda de buscar a su propia hija. Sin embargo, Rafael no es único en este aspecto, ya que su propia madre sufre de Alzheimer. Esta pérdida de memoria que asola a su familia refleja el olvido colectivo de una nación, todavía mal preparada para enfrentarse a los abusos de los derechos humanos del pasado. El único recuerdo que Rafael conserva de su infancia está tan idealizado y estilizado que parece irreal. ¿Fue tan bueno el pasado? Probablemente que no, pero la incertidumbre y la criminalidad de la vida contemporánea pueden hacer que cualquiera sienta nostalgia por los días de control y represión.
La decadencia económica y el deterioro del presente han impedido que Rafael se tome el tiempo necesario para examinar su morbosa relación con el pasado. Actualmente se ocupa del restaurante de su padre y se pasa el día gritando por teléfono y maldiciendo al Chase Manhattan. No ve ninguna esperanza ni para su futuro ni para el de su país. Cuando le proponen vender el restaurante antes de que la crisis se intensifique, comenta: “¿Cuándo no hubo crisis aca? Quiero decir… Si no hay inflación, hay recesión: y si no, hay recesión con inflación. Si no es el Fondo Monetario, es el Frente Popular… La cuestión es que si no es en el frente, es en el fondo, pero siempre una mancha de humedad en esta casa, hay”. Esta enfermedad ha infectado todos los aspectos de la vida pública de su país, a veces con efectos increíblemente cómicos. Cuando le pillan por exceso de velocidad, intenta sobornar al policía y pronto descubre que sus billetes son falsos. Se vuelve menos gracioso, sin embargo, cuando se da cuenta de hasta qué punto esta mentalidad ha invadido incluso la vida espiritual, después de que el cura contratado para la boda deniegue la petición debido a la falta de fe del padre y al hecho de que el matrimonio, por encima de todo, es un contrato. Este clérigo podría ser portavoz del FMI.

Como muchos otros argentinos, la primera solución que Rafael da a estos problemas es “irse a la mierda”. En la época de la crisis, las embajadas de España e Italia estaban llenas de ciudadanos que buscaban cualquier forma de salir de un país que parecía incapaz de cambiar. Tras sufrir un infarto casi mortal, Rafael llega a esa misma conclusión. Su fantasía es simple pero clara. Venderá el restaurante y se irá a México. Sin embargo, estos planes son huecos y egoístas. Al explicar sus planes de viaje a su ex mujer, ella los descarta y dice que no enviará a su hija a otro país para que él pueda curarse de su crisis de mediana edad. Según ella, una vez que se haya encontrado a sí mismo, podrá volver y reunirse con su hija. Su plan de vender también culmina en una reunión muy poco ceremoniosa y muy deshumanizadora en un rascacielos donde se firman los papeles pero nadie le mira ni le habla.
Tiene que volver a ser hospitalizado de nuevo, a causa de un ataque de pánico, para que Rafael entre en razón. Aunque antes se resistía a visitar a su madre tras años de sentir culpa por no ser un abogado exitoso como ella hubiera querido, decide verla. Esta vez, en lugar de analizar internamente sus propias inseguridades, se centra en ella. Incapaz de saber dónde y cuándo está, ella empieza a llorar porque su madre no la visita y se pregunta si es porque no la quiere. Rafael, obedientemente, la consuela y, al hacerlo, se consuela a sí mismo. Puede que ella no recuerde la interacción mañana, pero él no olvidará que la mujer santa de su pasado no era real y que la mujer vulnerable sentada a su lado sí lo es.

Rafael, antes atormentado por la nostalgia, ve ahora que la solución no puede ser ceder a la decadencia de la época ni esconder la cabeza bajo el ala. En este desierto neoliberal, puede conservar sus valores familiares. No es por nada que su primera cita significativa entre Rafael y su hija en la película tiene lugar en un Burger King o que su última promesa de compromiso y confesión de amor que le da a su novia sufrida se hace por un intercomunicador. En este mundo moderno y aislado, Rafael encuentra formas de conectar. Todo esto culmina con la compra por parte de Rafael del restaurante situado enfrente del suyo. Puede que tenga que luchar contra las cadenas, pero ya no tiene que vivir a la sombra de su padre. En las escenas finales de la película, vemos que Rafael, gracias a una mentira ingeniosa llevada a cabo por su amigo actor Juan Carlos, consigue celebrar la boda clásica de su madre. Quizá no sea una boda de verdad con un cura de verdad, pero lo consigue. En oposición directa a las idealizadas escenas iniciales de su juventud, la película termina con una instantánea de Rafael y su padre mirando a su madre. Ya que no es una figura fantástica a quien admirar, Rafael puede empezar a crear una vida para sí mismo.



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