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Sinopsis
O Pagador de Promessas (1962) sigue a Zé, un campesino pobre que hace una promesa a Santa Bárbara: si su burro se recupera de su enfermedad, llevará una cruz desde su casa hasta la iglesia de Santa Bárbara, en la capital del estado. Pero cuando el cura local descubre que también rezó a otros dioses, se niega a dejarle entrar en la iglesia y cumplir su promesa. En contra de los deseos de Zé, se convierte en un mártir religioso y en un activista político para aquellos que malinterpretan su mensaje con consecuencias fatales.
Mientras que la Época de Oro del cine mexicano declinaba, un nuevo tipo de movimiento cinematográfico nacía en Brasil. Si los antiguos cineastas latinoamericanos pretendían crear un segundo tipo de Hollywood gracias a la influencia de la cultura estadounidense en general y a la política gubernamental de buena vecindad, la nueva generación de cineastas intentaba cambiar las cosas. El mundo estaba cambiando y los Estados Unidos ya no eran un referente ni en el arte ni en la política. La Revolución Cubana de 1959 marcó un nuevo punto de referencia para muchos en el continente y la popularidad del Neorrealismo italiano y la Nueva Ola francesa señalaron otras formas de hacer cine. Para los cineastas brasileños del Cinema Novo, la filosofía anti-Hollywood estaba clara: con una cámara en la mano y una idea en la mente, cualquier película es posible.

Una de las películas más impactantes de esta época del cine brasileño es O Pagador de Promessas. No sólo fue aclamada en Brasil, sino que también sirvió para romper tendencias artísticas que habían estado en juego durante años. Aunque la mayoría de los cineastas latinoamericanos se pasaban el tiempo intentando copiar el estilo estadounidense o europeo, al ganar la Palme D’Or en Cannes, O Pagador de Promessas dio a los cineastas europeos una película latinoamericana para envidiar. Aunque los cineastas franceses ya habían empezado a interesarse en la cultura brasileña tras el éxito de Orfeo Negro, ganadora de la Palme d’Or en 1959, esta película demostró que las historias latinoamericanas seguían mereciendo la pena cuando eran escritas y dirigidas por latinoamericanos. En 1966, los Cahiers du Cinema organizaron su propio Festival del Cinema Novo Brasileño, en gran parte gracias a esta película de Anselmo Duarte.
Originalmente una obra producida en São Paulo en 1960, O Pagador de Promessas rompe barreras culturales por su singular y moderna tragedia moralista sobre un hombre cuyas convicciones son más poderosas que las más grandes instituciones. Dias Gomes, el dramaturgo, ha descrito la obra como “nacida principalmente de mi propia conciencia de ser explotado e impotente en el ejercicio de la libertad que, en principio, me es dada… Zé do Burro hace lo que a mí me gustaría hacer: morir para no ceder. No se prostituye, y su muerte no es inútil ni un mero gesto de afirmación individualista; al contrario, da conciencia al pueblo”. Por ello, la película de Duarte difiere de otras películas del Cinema Novo que utilizan a su protagonista como símbolo de luchas políticas y económicas más amplias. Zé intenta liberarse de esas cadenas en todos los sentidos, ya que no hay un solo enemigo. Sus creencias están siendo torcidas por el Estado, la prensa y, sobre todo, la Iglesia.

Zé no existe como herramienta política y, para bien o para mal, existe en su propio mundo. Tiene anteojeras para todo lo que no tiene que ver con su promesa a Santa Bárbara. Esto es cierto, incluso hasta un defecto. Frecuentemente ignora los sentimientos de las personas más cercanas, especialmente los de su esposa. La primera noche que llegan a la escalinata de la iglesia, Bonitão, un proxeneta local, pasa por allí y se ofrece a llevar a su mujer a pasar la noche a un motel. Zé no se lo piensa dos veces, pero su mujer, Rosa, sabe que nada bueno puede salir de eso. Parece que hasta Dios lo sabe, porque un rayo cae cuando Bonitão se ofrece. En su mundo, nadie sería tan cruel y siniestro. Su visión de la religión es muy diferente de la realidad. Al principio, encontramos a Zé en una ceremonia de candomblé y rezando al mismo tiempo a un santo católico. En realidad, las dos religiones y sus participantes muchas veces están enfrentados, como muestra un montaje cerca del final de la película en el que el director Anselmo Duarte utiliza rápidos cortes transversales entre primeros planos de tambores retumbando y la cara del cura ansioso tocando las campanas en respuesta.
Es la visión idealista que Zé tiene de su entorno lo que hace que sus convicciones sean tan firmes. Se niega a ser peón de nadie. Cuando su caso se convierte en un grito de guerra regional por razones que no tienen nada que ver con él, no declara a ninguno de los dos bandos que les apoyará y, en cambio, dice que no abandonará este lugar hasta que la gente le comprenda de verdad. Su ideología no encaja de lleno en un campo u otro. No puede elegir una religión sobre la otra, ambas curaron a su burro. Lo mismo ocurre con la política. Cuando describe su necesidad de cumplir su promesa a Santa Bárbara, lo describe como una negociación comercial. En términos capitalistas, si compro algo, tengo que pagarlo. Mientras tanto, su promesa significa que debe dividir su tierra, lo que lleva a otros a verlo como un reformador agrario comunista.
No se dejará explotar ni explotará a los demás. Cuando la gente llega tras oír la leyenda de este mártir semejante a Cristo, lo ven esperando ser curados. Él se niega incluso a fingir. No miente a nadie en beneficio propio. Pero a pesar de todos los intentos de Zé, el público sigue viéndole como un símbolo de un objetivo colectivo religioso o político, no como un hombre. Nada de esto ayuda a la lucha de Zé y sólo le pone en más peligro. Los periódicos sensacionalizan su situación y sus creencias y crean tensiones con el Estado cuando Bonitão, en un intento de arrebatarle a Rosa, le dice a su socio policía que Zé es un agente de caos de los comunistas.

Mientras tanto, la Iglesia lo ve como una semilla venenosa que podría destruir toda la operación. Como escribió el New York Times tras el estreno de la película, las convicciones religiosas del Padre Olavo “rozan el fanatismo. Quizá en la base se trate de una prueba de ausencia de convicciones y de un acto de autodefensa. Su intolerancia -que le lleva a veces a chocar precipitadamente con principios de su propia religión y a confundir como enemigos a quienes están realmente de su lado- no es probablemente más que un escudo tras el que oculta su falta de fe”. El temor del padre Olavo es que Zé acabe con las instituciones religiosas. No se trata para él de una verdadera crisis existencial, sino de una crisis de profesión mucho más simplista.
Los líderes de la Iglesia que vienen a calmar la situación le dicen al padre Olavo que, ante cualquier crisis, tendrá que pensar tanto en los elementos religiosos como en los políticos. Aunque al principio lo rechaza, está claro que es algo que ya practica. Compara el acto blasfemo de Zé con el de los esclavos de la época colonial que “engañaban” a sus amos haciéndoles creer que eran verdaderos creyentes cuando en realidad seguían siendo fieles a sus otros dioses. Es una comparación adecuada, pero no por la razón que él cree. Es otro ejemplo histórico de cuando una decisión personal se politiza y se utiliza para incitar a la violencia y al odio.

La historia se repite. La película termina con un disturbio provocado por la policía que culmina con la muerte de Zé fuera de la iglesia, junto a su cruz. Murió sin poder entrar en la Iglesia. Quizá el padre Olavo tenía razón, o quizá la Iglesia creó una profecía autocumplida que acabó matándole. Aunque el enojo del Padre Olavo con Zé surgió de su “imitación” de Cristo y su sacrificio por un animal en vez de por la humanidad, su muerte ha creado un movimiento. Al defender sus principios únicos e individuales, une rápidamente a quienes llegaron a apoyarle por su religión y su política. La película termina con una procesión de personas que lo llevan a la Iglesia y cumplen su promesa por él. En la última imagen de la película, vemos a Rosa de pie, sola en la escalinata, tras haber comprendido por fin a su marido. Puede que no fuera capaz de ver todas las formas en que la sociedad se cerraba sobre él, pero tenía un corazón puro y estaba más que dispuesto a luchar.