La Nueva Religión de La Vida es Silbar

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Sinopsis

La Vida es Silbar (1999) sigue a tres personas que intentan avanzar en la Habana contemporánea. Los tres viven vidas separadas, pero están conectados por una joven llamada Bebe, que actúa como una especie de Dios de La Habana, guiándolos hacia su futuro.

La Revolución Cubana trajo una nueva sociedad a una isla que había vivido largo tiempo a la sombra de sus colonizadores. Los años 60 trajeron nuevas escuelas, nuevas reformas, nuevas leyes y nuevos hombres, según el Che Guevara, cuyo mayor legado en la isla después de 1959 fueron sus reflexiones filosóficas sobre el «Hombre Nuevo» de Cuba. Para acabar con los problemas que plagaban el país, cada ciudadano tenía que mirar su propia vida y hacer cambios drásticos. Tenían que valorar las virtudes morales por encima de los vicios materiales y preciar la solidaridad por encima de los logros individuales. Aunque eran decididamente antirreligiosas, las palabras del Che parecen invocar al apóstol Pablo, que dijo: «vestíos del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad». El hombre nuevo del Che llevaría a este país imbuido del catolicismo español y la santería africana a un nuevo tipo de religión inseparable del Estado y sus reformas.

Che Guevara

Sin embargo, con el colapso de la Unión Soviética y la precariedad creciente del Estado cubano, muchos cubanos estaban experimentando una crisis existencial a mediados de los años noventa. ¿Había lugar para el Hombre Nuevo del Che en este mundo? ¿Qué aportó el Hombre Nuevo al país en primer lugar? La Vida es Silbar responde a estas preguntas de una forma que ninguna película anterior podría siquiera intentar. Hablando del protagonista masculino de la película, Elpidio, la académica Ana Serra escribe: «ofrece la primera queja en el cine cubano de esa generación de hombres a los que la rúbrica del “hombre nuevo” exigía más de lo que potencialmente podrían dar». Mientras que otros directores como Tomás Gutiérrez Alea utilizaron el neorrealismo para contar historias sobre el Periodo Especial, el director Fernando Pérez se inclina por lo surrealista y espiritual. Todo tiene que ver con el momento oportuno. Meses antes de que comenzara el rodaje de La Vida es Silbar, el Papa Juan Pablo II realizó una visita histórica a la isla que puso fin a la larga tensión entre la Iglesia y el Estado. La película de Pérez es, por tanto, una cápsula del tiempo sobre un momento muy especial del Periodo Especial.

Este extraño momento de la historia crea un sentimiento de ambivalencia en cada personaje, especialmente en Elpidio. Su madre, también llamada Cuba, le abandonó de niño, y ahora espera una señal de ella, de su propio país, sobre qué hacer a continuación. Cuando ella estaba cerca, la vida era alegre para él y los otros niños del orfanato en el que ella enseñaba. Las clases de Elpidio, Mariana y Bebe estaban llenas de alegres canciones afrocubanas. Su ausencia les dejó con una profesora estricta cuyas lecciones sobre cómo deletrear «igualdad» nunca funcionaron. De hecho, Bebe ni siquiera puede decirlo, sólo puede silbarlo. Este silbido es el sonido de un nuevo tipo de solidaridad, hasta ahora indefinida por el «Hombre Nuevo» del Che. Es la solidaridad de los niños que escuchan tambores afrocubanos y llevan cruces colgadas del cuello en secreto.

En un supremo acto de solidaridad, Bebe se convierte en una deidad para Elpidio, Mariana y Julia, una mujer mayor que más tarde se revela como la madre biológica de Bebe. Los tres proceden de entornos diferentes y tienen creencias distintas, pero su infelicidad es la misma y no puede ser arreglada por el Estado. Elpidio busca respuestas concretas en sus raíces afrocubanas. No es casualidad que el nombre de su madre, Cuba Valdés, sea tan parecido al de la heroína homónima de la clásica novela cubana Cecilia Valdés, una historia sobre una mujer mestiza en la Cuba colonial. La espera de una señal de su madre y de su país está profundamente ligada a los sonidos de sus tambores nativos. Cuando su novia gringa le lleva a dar un paseo en globo aerostático para ver si siente algo, él responde que por fin oye música mientras flota sobre el horizonte de La Habana. Para él, la música y su tierra natal están entrelazadas. Su romance con esta extraña mujer canadiense no puede tentarle a alejarse tan fácilmente de su tierra natal, a pesar de sus defectos.

La Vida es Silbar

Mientras que la fe de Elpidio está ligada a su tierra y a la naturaleza, dando lugar a una expresión más sensorial del amor, los apasionados romances de Mariana la atormentan. Como fiel católica y bailarina de ballet aún más dedicada, el cuerpo de Mariana es menos libre. Para conseguir el papel de su vida, Giselle, hace un voto a Dios por el que abandona su comportamiento promiscuo y se convierte en una mujer casta. Elpidio se debate entre la pasión de su tierra natal y su nueva novia extranjera, mientras que Mariana se debate entre sus deseos no consumados: sus sueños de deslumbrar al público en la noche del estreno y su co-protagonista. A ella, su religión le permite alcanzar grandes cotas profesionales, dejando que su melancolía se funda con su baile. Sin embargo, la aleja de sus otras pasiones.

El único personaje que no pasó su juventud en el orfanato, Julia, tiene otro tipo de ansiedad ante la intimidad. Viviendo con la culpa de haber tenido que renunciar a un hijo, le aterra la intimidad y literalmente se desmaya cuando alguien pronuncia la palabra «sexo». No recurre a la religión, sino a la ciencia, y empieza a ver a un médico para solucionar su problema. Julia es una mujer que, a pesar de sus años de trabajo cuidando a personas mayores, está atormentada por la culpa. Su solidaridad al más puro estilo «hombre nuevo» no es suficiente para enjugar su tristeza. Tampoco es suficiente para Mariana o Elpidio, que tienen que recurrir a distintas religiones y vagar sin rumbo buscando señales. Esta es su triste realidad hasta que Bebe, el narrador omnipotente, interviene y les da a cada uno una señal para ir a la Plaza de la Revolución.

La Vida es Silbar

Elpidio recibe un mensaje de su Dios, Mariana del suyo y Julia de su médico. El Estado, la ciencia, el cristianismo y la santería son igualados por las acciones de Bebe cuando los tres protagonistas se encuentran bajo la atenta mirada de una estatua de José Martí, un hombre que hizo la revolución mucho antes de que naciera el Che Guevara. Cuando estas tres personas se reencuentran en este hito, no hablan, sólo silban. Como dice Bebe, ése es el secreto de la felicidad: silbar. La respuesta a las presiones de ser un «hombre nuevo» no es el rechazo de los ideales de la revolución ni seguirla ciegamente: es sobrevivir. 

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